El Español (España), Álvaro Cortina, 14.08.2023

—Nos encontramos en la Sala del Oeste. Este ventanal que tenemos aquí pertenece a la fachada del edificio. El espacio se llama así porque, como todo el edificio, el Goetheanum, apunta al Oeste. Esto expresa el sentido de la Sociedad Antroposófica: esto es, vincular la espiritualidad del Oriente (Este) con la ciencia y la cultura de Occidente (Oeste).

Habla el astrónomo y antropósofo Wolfgang Held mientras me mira fijamente. En la alta Sala del Oeste no hay mucha luz. El ventanal, en el segundo piso, da al verde paisaje del cantón de Jura, en Suiza. El impresionante teatro de estilo orgánico en hormigón, el Goetheanum, es la sede de la Sociedad General Antroposófica y sede de la Escuela Libre Superior para la Ciencia Espiritual. En el entorno, una colina de Dornach a 10 kilómetros al sur de Basilea, cedida en 1913 al líder Rudolf Steiner por un dentista miembro de esa comunidad, se hallan otros edificios extraterrestres e imponentes. Se diría que son como dientes ciclópeos. Es, sin duda, el mundo diseñado por un visionario.

El proyecto de Goetheanum surgió a partir de la escisión de una corriente madre que también tenía el empeño de iluminar Occidente con las verdades inmortales de la India y más allá. La ruptura entre la Sociedad Teosófica de Inglaterra y la de Alemania tuvo lugar en 1911, cuando la primera fundó la Orden de la Estrella de Oriente, cuyo objeto de adoración era un niño desconocido, localizado por azar por un teósofo en una playa de Adyar, India.

La discípula de Helena Blavatsky, Annie Besant, a cargo de la primera sede, aceptó al pequeño Jiddu Krishnamurti como un auténtico mesías, pero Rudolf Steiner, líder teosófico en el continente, no aceptó esto. En 1913, Steiner cambió el nombre de la rama germánica del movimiento espiritual por el de Sociedad Antroposófica. Aquel mismo año, este infatigable visionario puso la piedra de fundación del primer Goetheneaum.

Tanto este edificio organicista (que se quemó en la Nochevieja de 1922), como el segundo Goetheanum, tuvieron como destino ser la sede vaticana de la antroposofía mundial y, además y sobre todo, ser el teatro donde se representaran los cuatro Mysteriendrame o misterios dramáticos o dramas misterio que venía escribiendo el general de los antropósofos en los últimos cuatro últimos veranos. Además, también se podía representar el Fausto de Goethe, ídolo de Steiner (últimamente, he visto que también se ha llevado a escena allí el Parsifal de Wagner).

—¿Qué te parece la tetralogía de Steiner, El portal de la iniciación, El juicio del alma, El guardián del umbral y El despertar del alma, Wolfgang?

—Bueno, son obras muy lentas… No son para mí.

Solo con leer el primero de estos dramas misterio, muy eleusinos (o muy de Elche), El portal de la iniciación. Un misterio rosacruz (la traducción de Katja Baumhauer, para la editorial de la Sociedad Antroposófica en España, adapta los yambos alemanes) uno advierte por qué un admirador de Steiner como Wolfgang puede reconocer, sin esfuerzo, eso. Los personajes son alegorías y los escenarios (una habitación, un templo subterráneo) a veces se sitúan dentro del alma de los personajes. Leo un personaje llamado Juan:

—Resuena desde las tinieblas cósmicas, se hace oír desde la oscuridad del alma: «Oh hombre conócete». Tal parece ser el empeño de esta… ¿religión?

—La antroposofía no es una religión.— corrige Wolfgang— Es más bien una ciencia espiritual.

Lo cierto es que, tras leer Rudolf Steiner. El hombre y su visión, de Colin Wilson, así como algunas conferencias de Antroposofía, del propio Steiner, aún estoy muy lejos de ser un iniciado. Al tiempo que hemos recorrido el Goetheanum, hemos admirado las formas vegetales del teatro, de las escaleras, los vitrales rojos y la gran escultura de madera El representante de la humanidad, todo cargado de alegorías, de espíritus del bien y fuerzas del mal (Lucifer-caos y Ahrimán-esclerosis), de ascensiones o evoluciones, de estadios históricos y mensajes secretos desplegados.

El edificio se terminó en 1928, cuando había muerto el maestro, que de alguna manera impugnó la muerte con sus visiones. Durante la charla, Wolfgang pone de relieve los hallazgos de la antroposofía en el dominio de lo práctico. El sistema pedagógico Waldorf, la medicina y oncología holísticas, la bio-agricultura, la ética bancaria, etcétera, etcétera, muestran la validez moderna de la antroposofía… a diferencia de la teosofía de Madame Blavatsky.

Lo cierto es que, tras bucear por las páginas de la antroposofía he advertido que Steiner es uno de esos visionarios que ven en el mundo cotidiano algo degradado y que tienen en el materialismo su enemigo acérrimo. Los trasmundos de Steiner no son menos impresionantes que los de Plotino: sus irradiaciones, jerarquías, potestades y demás formas transmiten un paisaje del espíritu inalcanzable. Kafka y Hesse descreían de este hombre, pero Maeterlinck o Saul Bellow han visto en él a un intelectual incitador.

Escuchando el programa de radio de La Cultureta, he sabido por Rosa Belmonte que en la exposición Lo oculto en las colecciones de Thyssen-Bornemisza se muestra algún fragmento de la correspondencia entre el artista Piet Mondrian y Steiner. Quizá, en efecto, la gnosis de éste se exprese bien en la pintura abstracta. Ahora en el Kunstmuseum de Basel también se pueden ver las ensoñaciones kármicas de Charmion von Wiegand. Poetas y pintores se han nutrido de estas visiones.

La doctrina

Leo en El portal de la iniciación a un personaje llamado María que habla a otros personajes-símbolo de la obra de esta manera: «Así, lo que los reinos del espíritu te revelaron de su ser te ha podido conmover tan hondamente el corazón. Los ha reunido ahora el karma a tu alrededor a fin de despertar en ti una fuerza que te ha conmocionado».

Uno de los puntos centrales de la doctrina, unas veces mítica y otras científica, de la antroposofía expuesta en 40 libros y más de 6.000 conferencias, es que el hombre cuenta con cuatro dimensiones, y que las cuatro deben entenderse en armonía con el cosmos (la modernidad occidental ha perdido este vínculo armónico). Hay un hombre físico, sólido, indiscutible; hay otro hombre etérico, dinámico, fluido; hay otro hombre más elevado, astral, aéreo, que según él se capta la armonía de las estrellas y el origen espiritual; y, por fin, el ego, expresión de lo moral y más elevado, que se reencarna de un envoltorio humano a otro, en el curso de los siglos.

El libro de Colin Wilson da cuenta de muchas consideraciones pintorescas del visionario Steiner sobre las vidas anteriores de la gente (la vida anterior de Karl Marx, por ejemplo). Según Wilson cuenta, Steiner era capaz de la telemetría (conocer el pasado de algo por contacto), así como de ponerse en contacto con los muertos, entre la vigilia y el sueño. Pero, por encima de estas consideraciones, y de otras como el sincretismo religioso (aunque Steiner incide más que los teósofos en el cristianismo y menos en el hinduismo) o la curiosa historia mítica de la Tierra (como Blavatsky habla de Lemuria y Atlantis), yo diría que Steiner es un discípulo de los neoplatónicos y de su nostalgia:

«Solamente en la región de los espíritus se siente el alma en su hogar», considera el personaje Teodosio en una de las once escenas con preludio y entreacto de El portal de la iniciación. Aparte del concepto wagneriano de «obra de arte total», en los misterios sapienciales de Steiner y en sus complicadas puestas en escena hay una influencia de otro amante de lo secreto: Édouard Schuré. En el tiempo en que Steiner escribió sus misterios, el gran músico Alexander Scriabin también estaba trabajando en una obra dramática y musical donde se integrarían todas las artes de acuerdo con una serie de principios teosóficos.

—¿Usted sabe qué ha sido en vidas anteriores, Wolfgang?

—No.

—¿No?

—… Un granjero de Galitzia, quizá.

—Oh.

—¿Y en un astrónomo? ¿En un discípulo de Copérnico, por ejemplo…?

—No.

Los antropósofos saben que digan lo que digan, la predisposición del oyente es esencial. Aquel que se acerca a la enseñanzas de Steiner con el cinismo y el escepticismo de Occidente, sin la elevación de Oriente, sin un propósito, digamos, positivo, como Scriabin, como Maeterlinck, como Mondrian, no va a escuchar.

Desde luego, entre los edificios orgánicos, inquietantes, que se yerguen como templos de distantes religiones, en la colina verde de Dornach, en el Goetheanum, el Bayreuth antroposófico, el estado de ánimo se torna más afectable. Dice el personaje de Benedicto, en la quinta escena de El portal de la iniciación. «Mi palabra sólo sale de mí mismo, mas por vosotros resuenan los espíritus del cosmos». ¿Y si estas gentes holistas, espiritualistas, de figuraciones grandiosas y esperanzas de ultratumba, tienen razón, lector?