La Vanguardia, María Paz López, 3.05.2006

Muy necesitada de abrazos debe de andar esta sufrida población autóctona a juzgar por los 9.000 que, durante tres días, guardando cola pero gratis, ha dado a diestro y siniestro la maestra hinduista Amma, cuyo ministerio consiste justamente en eso: transmitir un mensaje de amor universal a través del abrazo. «La crisis de los valores familiares ha hecho que la gente se vuelva egoísta, las personas son como islas, falta fe, la vida se ha vuelto una lucha», diagnostica Amma en malayalam, uno de los 179 idiomas y mil dialectos que se hablan en India, mientras un discípulo vierte sus palabras al inglés.

Peregrinos en India

Aunque hable, no deja de abrazar, y en el pabellón de la Mar Bella, descalzos sobre la moqueta verde, simpatizantes y seguidores de sus enseñanzas venidos de toda España aguardan su turno para ser abrazados por esta dama india de 48 años, rostro aniñado y fácil sonrisa, que reparte en Barcelona sus magistrales abrazos por tercera vez. «A mí me ha abrazado dos veces, y se siente un gran agradecimiento y contento, es un gran ser humano que no deja a nadie sin abrazo», dice Enrique, un dibujante barcelonés de 48 años que prefiere no dar su apellido. Se declara devoto de Sai-Baba, otro maestro hinduista en el que, según sus seguidores, se encarna la misma divinidad única que está presente en Amma.

La «maestra realizada» Mata Amritanandamayi Devi, nombre completo de Amma, recibe durante horas en su «ashram» (monasterio) de Amritapuri, en el estado indio de Kerala, a peregrinos en busca de abrazos amorosos. Es «maestra realizada», el más alto grado de santidad en vida, porque como tal la han aceptado los otros «maestros realizados» de India, convencidos de que Amma ha experimentado la unión con la divinidad. A su «ashram» Llegan hasta 25.000 peregrinos en un solo día y ella los abraza en sesiones de más de diez horas, proclama el discípulo.

Cuando esta cronista, arrodillada, hace uso de su derecho al abrazo, ve su propio rostro sepultado en un seno blando y se siente mecer acunada por un «na-na-na-na» rítmico, mientras la maestra le acaricia la espalda. Tras la experiencia, que dura unos 15 segundos, Amma desliza en la mano del abrazado un caramelo de goma y un pétalo de rosa. El ritual se ha ido repitiendo hasta alcanzar la cifra estimada de 9.000 abrazos en tres días.

Quienes comulgan con su magisterio, basado en el amor y la compasión como método de abordar los problemas, no tienen por qué abjurar de su religión anterior, explica Amma. «Jamás pediría a una persona que abandonase su religión y su fe, porque todos estamos muy enraizados en la nuestra -sostiene-. Para alcanzar la paz, cada uno debe practicar su propia religión, porque en realidad todas son una unidad. Es como la miel, que siempre es dulce, o el fuego, que arde siempre.»