Cataluña Cristiana (España), Joan Andreu Parra, 24.09.2024

Que haya un mandamiento, el segundo («no dirás el nombre de Dios en vano»), y que se hable de sectas (según el DIEC, «conjunto de personas que profesan una doctrina particular, especialmente en religión, que se aparta de la mayoritaria o establecida») en el Nuevo Testamento, como la judía de los esenios, denota que estamos hablando de fenómenos arraigados desde muy antiguo en la conducta humana.

Ya lo apuntaba el psiquiatra, filósofo y teólogo jesuita Jordi Font Rodón, recientemente fallecido a sus casi cien años de edad: «La fe religiosa, bien vivida, estructura la personalidad, contribuye a disfrutar de buena salud mental y equilibrio, se integra al proceso de madurez personal. Pero cuidado, también hay maneras desvirtuadas de vivir la fe que son, sin duda, patológicas». En ello coincide Luís Santamaría del Río, fundador de la Red Iberoamericana de Estudios de las Sectas, que explica el fenómeno sectario como «una patología de la religión, porque al final acaba llevando la persona a través de sus creencias y de los valores a la esclavitud en lugar de a la libertad».

Se estima que alrededor del 1% de la población española forma parte de estos grupos que se mueven en un amplio espectro que va entre aquello religioso y la búsqueda del bienestar personal. Santamaría ofrece información actualizada de casi un centenar de sectas de origen cristiano presentes en el Estado español, ordenadas por facsimílies en el libro A las afueras de la cruz. Las sectas de origen cristiano en España (Biblioteca de Autoras Cristianos, 2023).

Pero el hilo que queremos desenredar en este reportaje es el del abuso espiritual, más sibilino y escurridizo y, por lo tanto, probablemente, más presente ya sea en la vida religiosa, en la dirección espiritual o en cualquier práctica espiritual. «En el fondo del abuso espiritual está el utilizar Dios en las relaciones con otras personas. Los que lo hacen, con buena intención o no, en lugar de conducir las personas hacia Dios el que hacen es suplantarlo, traspasando unos límites éticos y evangélicos, cayendo en la idolatría”, remarca Santamaría.

«El abuso espiritual es una situación de abuso psicológico y emocional que se da en un contexto espiritual», describe el psicólogo y terapeuta Miguel Perlado, que cuenta con tres décadas de experiencia en la ayuda a personas atrapadas por sectas y dinámicas de abuso espiritual. Perlado, fundador de la Asociación Iberoamericana para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP), describe este abuso como complejo («puede ir de arriba abajo, que es la manera predominante, aunque también de abajo arriba e incluso puede ser lateral»), en donde el contexto es fundamental («dónde, cuándo, cómo, durante cuánto tiempo y con quién») a la hora de determinar si es una situación es un abuso puntual o es más bien es estructural. En la categoría de abusador podríamos encontrar, como indica Santamaría, «cualquier persona que tenga posibilidad de erigirse en autoridad para otras, que tiene acceso a las personas en momentos vitales especialmente significativos o que de forma permanente puede tener acceso a su conciencia (confesores, directores y acompañantes espirituales)».

La raíz del abuso espiritual -“la antesala del abuso sexual posterior, pero no son términos sinónimos, ni siempre tienen porque darse a la vez», precisa Perlado- es un ejercicio sesgado del poder «que elude el control y la crítica al hacer referencia al su incuestionable origen sagrado», diagnostica el teólogo y presbítero checo Tomáš Halík (La tarde del cristianismo, Herder, 2023). Bien expresado también en la clásica corruptio optimi pessima («la corrupción del mejor es la peor»). «Y es que, cuando hablamos de abuso espiritual, estamos hablando de una relación de poder asimétrica en donde se produce un aprovechamiento. Y, tanto la autoridad como el poder, se tienen que saber dispensar y administrar. Y esto, en la práctica, es muy difícil», apunta Perlado.

Si observamos las consecuencias del abuso espiritual, Santamaría habla de «procesos en que a los afectados no se los ha respetado la libertad ni la identidad; las personas que hemos acompañado y orientado sufren por haber sido engañadas utilizando y manipulando lo más sagrado que es Dios, la fe, la propia vocación. Esto se vive como un drama terrible que a veces lo comparan con una violación, no física, sino de la mente y del alma». Hay casos, incluso de personas contemplativas, que son incapaces de comulgar: «No es que estén rebotadas, ni que tengan rencor hacia la Iglesia, sino que la herida es tan profunda que no son capaces, en algunos casos, ni siquiera de entrar en una iglesia», asegura Santamaría.

Perlado abunda en la especificidad del abuso espiritual: «Hay un daño que atraviesa la persona que se queda desconectada de la vivencia de Dios, en definitiva, perdida en el mundo. El abuso espiritual se introduce hasta un punto que al final corroe algo que es muy valioso y que tiene que ver con una entrega, con una confianza, con una esperanza o con un diálogo interno con Dios. Se rompe algo que es muy íntimo y sagrado».

El abordaje

Santamaría echa de menos una mayor determinación de la Iglesia en el abordaje de esta cuestión. «En los casos en que hay abuso sexual, ahora hay una acción rápida y contundente por parte de la Iglesia, pero no pasa así con los abusos de poder y de conciencia, que son más difíciles de probar. A veces, por parte de las autoridades eclesiásticas, se ven con suspicacia las denuncias o se cree demasiado pronto la defensa. Me supone un desgaste personal fuerte comprobar que hay cosas que suceden en las sectas que no tendrían que suceder dentro de la Iglesia», se lamenta. Además, “cuando las víctimas acuden a las autoridades eclesiásticas, bien a pedir ayuda, bien a denunciar o ambas cosas, se encuentran con incomprensión o, cuando se las escucha con empatía, después no hay acciones en consecuencia y se sienten impotentes”.

Este teólogo pide a a Iglesia «ser sensible, escuchar a las víctimas y tomarse seriamente las denuncias y las quejas». También, «tener mucho cuidado con las cosas que aprueban, decidir más allá de las apariencias de grupos que aparentan ser muy ortodoxos doctrinalmente, que aparentan arrastrar masas, atraer jóvenes, traer vocaciones». Así como «esta soberbia de fundadores y superiores que es fácilmente detectable a través de la ostentación de bienes». Perlado también añade que «se tendrían que agilizar algunos procesos, porque si no, las víctimas, sufren muchísimo, quedan retraumatizadas y pierden la confianza en las instituciones».

En cuanto a los antídotos, en cuanto a la vida religiosa, Santamaría apunta que hay que cuidar mucho la formación y poner en valor «las reglas clásicas de las familias monásticas (san Benedicto, san Agustín) que contienen la gran sabiduría histórica de la Iglesia para prevenir cualquier exceso de tipo sectario, cualquier abuso de poder y de conciencia». O el mismo ordenamiento jurídico de la Iglesia, que «tiene las herramientas no solo para corregir a posteriori abusos que se hayan dado, sino para prevenirlos. El Código de Derecho Canónico no es para ahogar ningún carisma ni para suprimir ningún derecho, sino al contrario, para velar por los más indefensos, porque cada persona que pertenece en la Iglesia no pueda ser manipulada ni instrumentalizada en nombre de Dios».

De hecho, el papa Francisco ha promovido cambios para que sea la Santa Sede quien valide las nuevas comunidades de vida consagrada en el contexto diocesano (motu proprio Authenticum charismatis, del 2020) y estimular la renovación de las asociaciones de fieles al limitar la duración de los mandatos (nuevo decreto general de las Asociaciones de Fieles, promulgado el 2021). Finalmente, en el documento de trabajo que servirá como base para las reuniones de la pròxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad del próximo 2 de octubre, se es contundente en esta cuestión: «En nuestro tiempo, la petición de transparencia y rendición de cuentas en la Iglesia y por parte de la Iglesia se ha impuesto a raíz de la pérdida de credibilidad debida a los escándalos financieros y, sobre todo, debido a los abusos sexuales y de otro tipo a menores y personas vulnerables. La carencia de transparencia y de las formas de rendición de cuentas alimentan el clericalismo, que se fundamenta en el supuesto implícito que los ministros ordenados no tienen que rendir cuentas a nadie del ejercicio de la autoridad que se los ha conferido»

Sistemas de control y sanación de las heridas

Curar el daño espiritual causado requiere de ayuda terapéutica especializada que contemple esta dimensión en un proceso que, bien conducido, puede incluso ayudar a fortalecer las convicciones religiosas indica Perlado. «Cuando un psicólogo no trabaja esto, ya sea dejándolo de lado o identificando toda experiencia religiosa como algo sectario e irracional, hace que la persona, cuando acabe la terapia, quizás se haya recuperado de su experiencia, pero quedará susceptible de ser captada por otra secta”, relata Santamaría, a partir de su experiencia.

Cuando hablamos de vida religiosa, hay que considerar el factor grupo: «Muchas veces, las propias comunidades religiosas, especialmente las de clausura, se olvidan que son un grupo. Y sabemos que, dentro de los grupos hay rivalidades, envidias, competitividad, deseos de poder. Sentimientos muy primitivos que se ponen en funcionamiento dentro de un grupo. Por ello, es muy necesario que el grupo cuide su vida de grupo y por eso es necesario que se relacionen con otros grupos, que puedan tolerar la crítica, que estén abiertos a llevar su vida comunitaria a revisión, porque si no, se acaba el oxígeno», remarca Perlado, que propone que las comunidades o las denominaciones pudieran trabajar en un «libro blanco» de buenas prácticas.

Precisamente, Domo Dysmas de Lassus, prior de la Gran Cartuja, apuntó en el libro Riesgos y derivas de la vida religiosa (BAC, 2022) que «una de las causas de los abusos es el culto a la personalidad» y que “el principio básico para que una comunidad desarrolle su propio sistema inmunológico es un poder y contrapoder. El medio principal para conseguirlo continúa siendo la educación inicial y permanente. También es necesario tener una visión externa objetiva de la comunidad. Una visita canónica o un capítulo general son oportunidades por identificar las aberraciones». El monje cartujo admite que «los abusos no son una cosa externa a nosotros, están en el sistema de poder eclesiástico y dentro de cada cual».

Como conclusión, y en homenaje al psiquiatra Jordi Font Rodón, recuperamos esta respuesta suya en una entrevista publicada en 2012 en Temas de psicoanálisis: «Un día, estando ya en el noviciado, leí una frase de san Ignacio que decía más o menos: ‘no es la menor cosa que podemos ofrecer a Dios, nuestra libertad’. Entendí, quizás sin saberlo bien entonces, que allá había un misterio que yo intuía que era de amor, por así decirlo, de entrega sin reserva, in-condicional, puesto que con la libertad se nos ofrecía la oportunidad de amar al estilo del Dios de Jesús, la manera más verdadera de darse a los otros. Así entendí la obediencia. Entendí que el fantasma de la obediencia jesuítica se tenía que referir a cuando en lugar del riesgo de querar en libertad, uno se engañaba buscando la falsa tranquilidad de someterse en otro para estar más seguro».

Los signos de alerta

Como todo proceso, el abiuso espiritual se va escalonando de forma casi imperceptible, pero hay signos que pueden ayudar a identificar esta deriva. Como indican tanto Santamaría como Perlado, algunos de los signos de dinámicas abusivas espiritualmente serían:

– Prácticas espirituales que en lugar de promover la autonomía promueven la dependencia, lo que abre la puerta a la explotación (emocional, económica, sexual, moral o espiritual)
– Coerción progresiva sobre el pensamiento y las acciones, así como propuestas que obligan las personas a una toma de decisiones rápida
– Falta de intimidad en el grupo y obligatoriedad de rendir cuentas (confesiones) públicamente
– Propuestas con discursos únicos, totalizantes, excluyentes. A veces, los mismos afectados adoptan un lenguaje «más pomposo, absoluto y total» indica Perlado
– Contradicciones entre el discurso explícito y las acciones concretas
– Con prácticas en donde los límites se difuminan o se confunden, existe mayor riesgo; como indica, «un director espiritual no es un amigo»
– Progresivo distanciamiento de la familia (cualquier crítica es toldada de demoniaca o se interpreta como que quiere apartar de la vocación), que acaba conduciendo a un mayor aislamiento
– Hacer sentir a la persona que ha sido llamada a una misión, que es especial o que tiene una vocación extraordinaria, «es un elitismo de creerse más católicos que el resto de fieles, construyendo una especie de Iglesia de los puros» desgrana Santamaría
– Propuestas que exigen reserva, secreto, no comentar lo que se realiza al exterior «porque no loo entenderán o te criticarán»
– Propuestas en las que el fundador se presenta como una persona especialmente designada o con unos talentos especiales
– Prácticas que estimulan no utilizar la cabeza, no pensar, «te has de dejar ir» indica Perlado
– Contextos de relación en los cuales no se puede cuestionar ni debatir de forma constructiva
– Prácticas en las que se exige no mantener contacto con personas que abandonaron la organización
– Propuestas o contextos espirituales que no se relacionan con otros y que no aceptan la crítica externa
– El empleo de procedimientos de captación y manipulación emocional («bombardeo de amor», etc.)
– Ocultación, falsa transparencia y mentiras