El País (Estados Unidos), Andrea Aguilar, 25.09.2024

Un libro y un documental reconstruyen la historia de los ‘Sullivanians’, la organización que montó una pareja de terapeutas a finales de los cincuenta. El pintor Jackson Pollock y el novelista Richard Price estuvieron vinculados a este grupo que se disolvió en 1991 y llegó a tener 400 miembros.

No fue en ningún desierto de Oregón, ni había un gurú venido de lejos que marcase las normas y la doctrina. El grupo de los Sullivanians funcionaba en Manhattan, —en apenas un puñado de calles del Upper West Side se encontraban los pisos y casas en los que vivían sus miembros segregados por sexo— y las directrices las dictaba Saul Newton (1906-1991), formado en los círculos antifascistas de Chicago y brigadista de la Guerra Civil española.

El grupo que creó a finales de los cincuenta con su cuarta esposa, la doctora Jane Pearce, abogaba por un modelo de terapia intervencionista y radical: los pacientes debían alejarse de los asfixiantes vínculos familiares y ampliar al máximo su círculo de relaciones sociales y sexuales. Con el paso de los años aquello derivó en una secta, hasta su disolución en 1991, el mismo año en que Newton falleció. “Se trató de un experimento social radical: el intento a lo largo de 35 años de reformular la vida familiar, sexual y social en lo que pudiera ser la comuna urbana más grande de Estados Unidos”, escribe Alexander Stille en The Sullivinians, Sex, Psychotehrapy and the Wild Life of an American Commune (”Los Sullivanians, sexo psicoterapia y la vida salvaje de una comuna estadounidense”).

El pormenorizado libro de Stille, así como la serie documental The Fourth Wall, cuyo primer episodio fue presentado en la última edición del festival de Tribecca y que está dirigido de Luke Meyer, hijo de un miembro de un miembro del grupo, han roto el espeso silencio que ha rodeado a los Sullivanians. Durante más de tres décadas el singular colectivo logró funcionar bajo cuerda a pesar de que entre sus miembros no faltaron figuras conocidas como el pintor Jackson Pollock, la bailarina Lucinda Childs o el novelista y guionista Richard Price.

Donna Warshaw Pollock, una de las figuras más importantes del expresionismo abstracto que sacudió el mundo del arte en Estados Unidos en los cincuenta, llegó a los Sullivanians a través del legendario crítico Clem Greenberg, quien jugó un papel fundamental en la creciente popularidad del Sullivan Institute entre los artistas del momento. “El grupo surgió a finales de la década de los cincuenta, un momento en el que había una respuesta a la cultura predominante con la generación beat, el informe Kinsey de conducta sexual o películas como Rebelde sin causa (1955)”, explica al teléfono Stille.

Pero esa rebeldía contra lo establecido derivó en una organización que mantenía un férreo control sobre las vidas de sus miembros. “Uno de mis entrevistados me decía que ya habría querido la STASI tener ese nivel de control sobre la gente en la Alemania Oriental, porque no sólo controlaban las acciones, sino también los pensamientos. En las sesiones de terapia los miembros confesaban”, señala Stille. Los terapeutas del grupo, muchos de ellos formados dentro de la organización y sin ningún título oficial, marcaban con quien debían mantener relaciones sexuales sus pacientes (el objetivo era evitar “focalizarse” en una única pareja), forzaban la separación de los hijos, si es que los hubiera, y decidían incluso sobre el trabajo que debían conservar. “Quise tratar de entender qué llevó a tanta gente a aceptar esto.

La pertenencia al grupo ofrecía una comunidad, un lugar donde vivir y sexo sin culpa”, explica el periodista y catedrático de la Universidad de Columbia. Su libro se aleja del sensacionalismo. “Eso no haría justicia a esta historia”, afirma. En el origen de los Sullivanians están Harry Stack Sullivan y Clara Thompson, fundadores del White Institute de Nueva York, que propugnaba una aproximación más cercana a los pacientes y del que formaron parte Erich Fromm y Frieda Fromm-Reichmann, entre otros.

La psicoanalista Jane Pearce formaba también parte de esta institución, donde trabajó Newton, aunque no como terapeuta porque carecía de titulación. “Si Freud se concentraba en el drama interno de cada paciente (el complejo de Edipo, la fricción entre el yo, el ego, y el superego) Sullivan y Thompson insistían en que era importante entender al paciente en relación con otra gente en su vida (no solo el “romance familiar” con sus padres)”, escribe Alexander Stille.

El Instituto Sullivan de Pearce y Newton fue bastante más allá. “Los pacientes debían romper con la trampa de la familia nuclear y el matrimonio monógamo”, apunta Stille. Las ideas radicales cuajaron en un entramado inmobiliario, ya que el grupo vivía en varios apartamentos del Upper West Side, y pasaban el verano en casas próximas a la de Pearce y Newton en los Hamptons. En aquella primera etapa la terapia impulsaba la creatividad y experimentación para la realización personal. “Luego se trataba más bien de hacer lo que conviniera al grupo, ser buenos pacientes”, continúa Stille.

Uno de los terapeutas que acabó dejándolo, Michael Cohen, explica el giro que a partir de 1978 tomó la terapia que aplicaban: ya no se trataba de potenciar la individualidad, sino de que cumplieran con lo que dictaba el líder. “Si se mostraban reacios a poner el trabajo o el dinero que se les pedía, tu trabajo era convertirles en buenos soldados. Desafortunadamente, a mi se me daba bien”, afirma. Jane Pearce acabaría marginada desde finales de los setenta y Newton con sus nuevas esposas, quinta y sexta, se erigiría como líder total. Cambiaron los Hamptons por los Catskills y el grupo regentó un teatro en el East Village donde se presentaban las producciones de su propia compañía, The Fourth Wall.

A esas alturas los Sullivanians cumplían con todos los requisitos de una secta y eran los propios miembros del grupo quienes ejercían el control unos sobre otros. Los terapeutas mantenían relaciones sexuales con los pacientes incluso durante las sesiones de terapia; cuando una de las mujeres quería ser madre se decidía con qué hombres del grupo debía acostarse para que no hubiera una paternidad clara; y en cuanto el bebé tenía unos pocos meses la separaban para evitar que se establecieran vínculos “tóxicos”. Solo el líder y sus esposas podían seguir criando a sus hijos.

Las demandas que algunas madres y padres acabaron por interponer fue lo que destapó la historia de los Sullivanians a finales de los ochenta. “Saul Newton traía un componente estalinista, creía que las purgas eran buenas para mantener la cohesión”, explica Stille. Richard Price le contó que la reacción que tuvieron los Sullivanians con el accidente nuclear de Three Miles Island en 1979 (Newton ordenó que todos los miembros de la organización marcharan a Orlando) y el clima de paranoia que aquello desató le hicieron tomar distancia.

El periodista Stille, autor del libro sobre Berlusconni El saqueo de Roma y la investigación sobre la mafia Excellent Cadavers, cuenta que se topó con la historia de los Sullivanians a través de unos amigos que conocían a un hijo de Newton. Pensó en hacer un podcast pero a medida que iba entrando en la historia comprendió que sería un libro. “La gente que había formado parte del grupo estaba en torno a los setenta y creo que empezaban a preguntarse qué había sido todo aquello en lo que estuvieron metidos. Me sorprendieron las cosas que contaban, el abuso sexual que soportaron, que se separaran de sus hijos y los mandaran a internados para no verlos ni siquiera en vacaciones, que los terapeutas arrinconaran a los pacientes, humillándolos”, apunta.

En el libro detalla las pruebas de ADN que algunos de los hijos de los Sullivanians decidieron hacerse y lo que aquello destapó. “Estados Unidos tiene una cierta tradición con grupos que pretenden crear una sociedad utópica. Comunidades religiosas que se salen de la ortodoxia, grupos que tratan de impulsar una nueva sociedad y empezar de cero, desde los shakers a New Harmony. Una sociedad de buscadores”, concluye.